miércoles, 20 de abril de 2011

El Laboratorio Cap. 1


La Navidad había llegado a la lejana ciudad de Malamuerte. Una gélida noche invernal cubría con su oscuro manto a la abigarrada ciudad que brillaba tumultuosa bajo las estrellas. Cada rincón, cada esquina, cada farola celebraban cargadas de brillantes luces de colores la más popular fiesta cristiana. Malamuerte es una pequeña localidad situada sobre el borde de la falda de una montaña. Su ubicación resulta casi desconocida para el mundo ya que está completamente cercada por un frondoso y espeso bosque de pinos y encinas, de vegetación revuelta y casi intransitable. Tan solo una desgastada carretera de asfalto viejo y estropeado llega hasta ella, pero la nieve suele obstruirla en invierno dejando a la ciudad completamente aislada.
En Malamuerte no hay centros comerciales ni grandes edificios, sus gentes son azarosas e inquietas, susceptibles de emociones y ganas de fiesta. Pero a pesar de todo la ciudad resulta tranquila y acogedora. Es digamos, un lugar sencillo con pequeñas casas, cercadas por una diminuta valla pintada de blanco y rodeadas por un hermoso jardín en verano. Pero con el duro invierno llegan también la nieve y el mal tiempo, los jardines desaparecen y la ciudad se tinta de oscura y fría tristeza.
Casi sonaban las campanadas de la medianoche. El viento desafiante soplaba con una fuerza inusitada mientras la nieve caía de forma desmedida y violenta golpeando furiosa los desamparados tejados de las casas. La terrible tormenta que había comenzado tan sólo unas horas antes, culminaba ahora en un inviolable estado de febril paroxismo. La ciudad yacía indefensa como un anélido, lento y frágil, bajo la bota despiadada de un gigante. Bastaba con un rápido gesto para que en Malamuerte brotara la fría y caótica semilla de la catástrofe. Entonces todas las luces se apagaron repentinamente y una inexplicable y profunda oscuridad se adueñó de la ciudad.

El amanecer llegó pausada y lánguidamente. Como cada mañana, Dora, la protagonista de nuestra historia salía de su casa preparándose para ir a clase. La joven cruzó lentamente el desaparecido jardín de su casa y abriendo la pequeña puerta de la valla salió a la calle. Lanzó una escrutadora mirada a su alrededor y observó con cierto desaliento que su amigo Diábolo no estaba esperándola como cada mañana. Algo confusa comenzó a caminar con paso lento y desordenado, no sin dejar de preguntarse que le habría pasado a su amigo. No podía esperarle, la pereza se había adueñado de ella esa mañana, debía apresurarse. La joven llegó al fin y entrando a toda prisa en el edificio cruzó velozmente el pasillo que conducía a su clase y entró en la misma como en trance. Diábolo tampoco estaba allí, en su lugar un solitario pupitre vacío deslucía el aún más el pesaroso ánimo de nuestra amiga.

2 comentarios:

La Dame Masquée dijo...

Monsieur, nos deja usted en ascuas.
Inquietante el ambiente con el que prepara el relato... asi como el nombre del amigo!

Feliz comienzo de semana

Bisous

Sir John Carrington dijo...

Muchas gracias Dama de Masquée espero le gusten las siguientes entregas. Feliz día, besos.