martes, 21 de junio de 2016

Dylan Thomas Y la muerte no tendrá señorío

" Y la muerte no tendrá señorío. Desnudos los muertos se habrán confundido con el hombre del viento y la luna poniente; cuando sus huesos estén roídos y sean polvo los limpios, tendrán estrellas a sus codos y a sus pies; aunque se vuelvan locos serán cuerdos, aunque se hundan en el mar saldrán de nuevo, aunque los amantes se pierdan quedará el amor; y la muerte no tendrá señorío. Y la muerte no tendrá señorío. Bajo las ondulaciones del mar los que yacen tendidos no morirán aterrados; retorciéndose en el potro cuando los nervios ceden, amarrados a una rueda, aún no se romperán; la fe en sus manos se partirá en dos, y los penetrarán los daños unicornes; rotos todos los cabos ya no crujirán más; y la muerte no tendrá señorío. Y la muerte no tendrá señorío. Aunque las gaviotas no griten más en su oído ni las olas estallen ruidosas en las costas; aunque no broten flores donde antes brotaron ni levanten ya más la cabeza al golpe de la lluvia; aunque estén locos y muertos como clavos, las cabezas de los cadaveres martillearan margaritas; estallarán al sol hasta que el sol estalle, y la muerte no tendrá señorío. "

miércoles, 20 de abril de 2011

El Laboratorio Cap. 1


La Navidad había llegado a la lejana ciudad de Malamuerte. Una gélida noche invernal cubría con su oscuro manto a la abigarrada ciudad que brillaba tumultuosa bajo las estrellas. Cada rincón, cada esquina, cada farola celebraban cargadas de brillantes luces de colores la más popular fiesta cristiana. Malamuerte es una pequeña localidad situada sobre el borde de la falda de una montaña. Su ubicación resulta casi desconocida para el mundo ya que está completamente cercada por un frondoso y espeso bosque de pinos y encinas, de vegetación revuelta y casi intransitable. Tan solo una desgastada carretera de asfalto viejo y estropeado llega hasta ella, pero la nieve suele obstruirla en invierno dejando a la ciudad completamente aislada.
En Malamuerte no hay centros comerciales ni grandes edificios, sus gentes son azarosas e inquietas, susceptibles de emociones y ganas de fiesta. Pero a pesar de todo la ciudad resulta tranquila y acogedora. Es digamos, un lugar sencillo con pequeñas casas, cercadas por una diminuta valla pintada de blanco y rodeadas por un hermoso jardín en verano. Pero con el duro invierno llegan también la nieve y el mal tiempo, los jardines desaparecen y la ciudad se tinta de oscura y fría tristeza.
Casi sonaban las campanadas de la medianoche. El viento desafiante soplaba con una fuerza inusitada mientras la nieve caía de forma desmedida y violenta golpeando furiosa los desamparados tejados de las casas. La terrible tormenta que había comenzado tan sólo unas horas antes, culminaba ahora en un inviolable estado de febril paroxismo. La ciudad yacía indefensa como un anélido, lento y frágil, bajo la bota despiadada de un gigante. Bastaba con un rápido gesto para que en Malamuerte brotara la fría y caótica semilla de la catástrofe. Entonces todas las luces se apagaron repentinamente y una inexplicable y profunda oscuridad se adueñó de la ciudad.

El amanecer llegó pausada y lánguidamente. Como cada mañana, Dora, la protagonista de nuestra historia salía de su casa preparándose para ir a clase. La joven cruzó lentamente el desaparecido jardín de su casa y abriendo la pequeña puerta de la valla salió a la calle. Lanzó una escrutadora mirada a su alrededor y observó con cierto desaliento que su amigo Diábolo no estaba esperándola como cada mañana. Algo confusa comenzó a caminar con paso lento y desordenado, no sin dejar de preguntarse que le habría pasado a su amigo. No podía esperarle, la pereza se había adueñado de ella esa mañana, debía apresurarse. La joven llegó al fin y entrando a toda prisa en el edificio cruzó velozmente el pasillo que conducía a su clase y entró en la misma como en trance. Diábolo tampoco estaba allí, en su lugar un solitario pupitre vacío deslucía el aún más el pesaroso ánimo de nuestra amiga.

jueves, 3 de marzo de 2011

El Laboratorio Cap. 2


Dora es una muchacha de carácter sencillo y muy responsable, pero de aspecto díscolo y extravagante. Su pelo y su forma de vestir imbuidos quizá por una exaltada imaginación juvenil denotan en ella cierta rebeldía y una desconcertante dualidad parece dirigir todos sus actos. Digamos, que su carácter y su aspecto físico son dos cosas muy distintas. Sus ojos rasgados de ardiente brillo azulado, la pálida y blanca piel de su rostro tan sólo coloreada sutilmente por sus mejillas sonrosadas; la débil y sinuosa finura de sus movimientos, sus uñas lacadas siempre en negro, su furiosa mirada juvenil. En lo más recóndito de su corazón se vivía una constante batalla. Una desaforada y miscelánea lucha interna de una intensidad abrumadora. Pero a pesar de todo y muy en el fondo Dora no deja de ser una muchacha de carácter afable, simple y costumbrista.
La joven, que había estado un buen rato observando desde la puerta, comenzó a caminar con paso tosco y nervioso hacia su pupitre. Mientras avanzaba no pudo evitar fijarse en un pequeño detalle, Diábolo no era el único ausente; también faltaban varios de sus compañeros, algo que inquietó todavía más a la joven. Dora con mano algo temblorosa apartó la silla para poder sentarse, colocando después sus cosas ordenadamente sobre la mesa. Todo aquello era muy extraño, no es muy normal que alguien falte y mucho menos un grupo tan numeroso pensó. La joven se propuso averiguar a toda costa que demonios estaba pasando. Entonces la señora Queen, una de sus profesoras entró en la clase y dejando su gruesa carpeta sobre la mesa lanzó una solemne mirada a toda la clase.
- Anoche hubo un fuerte apagón en la ciudad. Dijo con un tono misterioso y pausado la profesora mientras comenzaba a caminar de un lado a otro mirando de soslayo de vez en cuando.
- Durante el cual, varios de vuestros compañeros se fugaron de sus casas y todavía no han regresado. La profesora hizo Una pequeña pausa y aspiró hondo.
- Os rogaría que si sabéis algo del tema, me lo comuniquéis inmediatamente. Concluyó la señora Queen, a la vez que lanzaba una última y desafiante mirada.
En ese momento la clase fue víctima de un terrible silencio. La luz se había oscurecido de pronto y las paredes se tornaron siniestras con formas acechantes y mórbidas que amenazaban con ceder sobre los indefensos jóvenes devorando sus frágiles mentes con sus más oscuros deseos. La mirada de Dora había cambiado por completo, ahora estaba segura, podía sentirlo, algo terrible había sucedido o al menos estaba a punto de suceder y la profesora lo sospechaba también. La señora Queen se detuvo de pronto y al advertir el mutismo imperante en toda la clase se sentó en su mesa y claudicó emitiendo un suave gruñido de asentimiento. Luego se colocó ligeramente las gafas sobre su pequeña nariz y comenzó a rebuscar en su lista. Los alumnos notaron cierto nerviosismo latente en su profesora a la hora de mover las páginas del diminuto libreto ya que su mano algo temblorosa casi arrancó alguna de ellas. Tan sólo pasaron unos segundos, que a Dora le parecieron horas, pero al fin la señora Qeen Levantó de nuevo la vista dirigiéndose a toda la clase.
- ¡Trunt, Loco, Wolf y Diábolo! Exclamó con fuerza la profesora.
- Estos son los jóvenes desaparecidos. Continuó.
- Si alguno de vosotros conoce su paradero os rogaría encarecidamente que me lo comuniquéis o que os pongáis en contacto con sus padres. Advirtió la señora Queen con cierto tono amenazante en su voz.

jueves, 3 de febrero de 2011

El laboratorio Cap.3


Las palabras de la profesora cayeron con un eco estremecedor sobre la cabeza de Dora y el miedo se abalanzó fríamente sobre ella. Un terrible sentimiento de cruel desamparo invadió a la joven que temblaba de pies a cabeza. Su frágil existencia se veía ahora expuesta a algo terrible, algo carente de explicación y de sentido. Su querido amigo Diábolo, el joven con el que creció, con el que disfrutó de innumerables juegos infantiles y con el que se adentró de lleno en un mundo de emociones juveniles, había desaparecido de pronto sin dejar ni rastro. Sabía que el anhelo que ahora serpenteaba por su piel como un suave cosquilleo no tardaría en desaparecer y en su lugar afloraría una profunda tristeza. Todo era muy extraño pero estaba segura de que los chicos no se habían Escapado sin más y averiguaría lo sucedido le costase lo que le costase.
El timbre de salida sonó al fin y los jóvenes ansiosos por salir abandonaron las clases rápidamente invadiendo los hasta entonces tranquilos y solitarios pasillos. Dora recogió sus cosas con sumo orden y cuidado y se dirigió a la salida, cuando de pronto escuchó una alarmante voz que la llamaba. La joven se dio la vuelta rápidamente y observó que su amiga Cris la estaba llamando desde el otro extremo de la clase. Dora se detuvo a esperarla mientras colocaba una silla que alguien había dejado en medio del pasillo. Cris se acercó lentamente como esperando a que la clase se quedase vacía y una vez se quedaron solas se dirigió a ella diciendo:
- No pudieron escaparse así por las buenas. No es propio de ellos.
- Lo se. Respondió Dora algo molesta.
- ¡Sabes lo que creo! Exclamó Cris con un brillo de extraña seguridad en sus ojos.
- ¿Qué? Preguntó Dora sintiéndose algo acosada.

- ¿Te acuerdas de aquellas historias que nos contaban cuando éramos niños? Respondió Cris con otra pregunta.
- ¡Las de las desapariciones! Exclamó Dora cada vez más nerviosa. - No puede ser, no eran más que historias que nos contaban para que no rondásemos el viejo laboratorio. Sólo eran cuentos… cuentos para niños ¿verdad?
- No lo se. Respondió su amiga algo desconcertada.
Dora se dio la vuelta despacio y aunque su amiga la llamó insistentemente, hizo caso omiso de sus gritos y comenzó a caminar sin rumbo alguno. Toda aquella historia adquiría ahora un tinte si cabe más oscuro; el final se mostraba opaco y el camino se volvía angosto constriñendo aún más los ya rígidos movimientos de nuestra amiga. Las palabras “el viejo laboratorio” retumbaban sobre su cabeza como lo habían hecho poco antes las palabras de su profesora la señora Queen.
El viejo laboratorio era una siniestra construcción situada en la cima de la colina. Las gentes de la ciudad contaban historias terribles sobre jóvenes que eran raptados durante largos apagones nocturnos y llevados posteriormente a ese siniestro lugar del que ya nunca saldrían. Fuese como fuese aquel viejo edificio infundía un profundo respeto y nadie osaba acercarse a él.
Dora pasó toda la tarde encerrada en su habitación pensando en lo sucedido y esperando una llamada de su amigo. Pero el tiempo transcurría implacablemente y todo seguía igual, Diábolo seguía sin aparecer y su ánimo decaía a pasos agigantados. Ninguna noticia llegó esa tarde a su casa y Dora harta de esperar y esperar, harta de verse a si misma indefensa ante la terrible tristeza de la que era víctima, se hizo una heroica proclama. Ella misma averiguaría lo sucedido. La decisión estaba tomada y era irrevocable; durante la noche, cuando todos durmieran, subiría al viejo laboratorio a buscar a su amigo.

miércoles, 3 de noviembre de 2010

El laboratorio Cap. 4



La noche cayó lenta e inexorablemente sobre la ciudad y de nuevo los árboles se iluminaron y se encendieron las farolas. La Navidad invadía cada rincón aún a pesar de las desafortunadas circunstancias y aunque sobre la ciudad flotase el siniestro aroma del desastre, ciertas cosas nunca podrán cambiar.
La cena en casa de Dora transcurrió en silencio y sin sobresaltos, parecía que todo el mundo se había quedado mudo de repente. Nadie parecía querer opinar sobre los extraños sucesos acaecidos recientemente. Todos Apuraban cada bocado evitando miradas comprometedoras que empujasen al dialogo. Cuando la cena hubo terminado sus padres y su hermano se retiraron a sus respectivas habitaciones sin decirse una sola palabra, Dora por descontado luchaba por esconder sus miedos e incertidumbres. Poco tardaría todo el mundo en dormirse y ella debería salir a buscar a su amigo armándose de todo el valor que pudiese. Sus deseos no tardaron en hacerse realidad, poco a poco todas las luces se fueron apagando y la oscuridad invadió cada rincón de la casa. Dora esperó un poco antes de saltar por la ventana de su habitación, tenía que asegurarse de que todos dormían o su plan fracasaría sin remedio. Entonces y sólo cuando estuvo segura de que podría salir sin llamar la atención, abrió lentamente la ventana y se asomó con mucho cuidado. Podría saltar sobre el tejadillo del porche pero tenía que hacerlo con ligereza y en silencio o el ruido despertaría a todo el mundo. Dora sacó primero una pierna y luego la otra, apoyando los pies sobre una pequeña cornisa exterior y agarrándose con ambas manos a los extremos de la ventana. Entonces y sin pensárselo demasiado saltó sobre el pequeño tejadillo rodeado de Columnas que cubría la entrada de su casa. La joven tuvo que agarrarse a un farolillo que colgaba de una de las paredes para evitar caerse, pero nuevamente efectuó un ágil salto cayendo con cierta violencia sobre el jardín de su casa. Silenciosa y sin más preámbulos cruzó con rapidez la valla y salió a la calle.
Era una oscura y fría noche invernal. Las calles desiertas parecían observar vigilantes cada paso de nuestra joven protagonista, que de cuando en cuando, lanzaba escrutadoras miradas a su alrededor haciendo evidente el miedo que sentía. Dora caminaba con paso apurado y nervioso mientras comprobaba el interior de su mochila. Una linterna, cerillas, la navaja multiusos de su padre, algo de comida para sus amigos, botiquín y una cuerda. Había pensado en todo. La joven apuró todavía más el paso y abandonó rápidamente la ciudad internándose en el bosque. No tardó demasiado en encontrar el sendero que conducía al viejo laboratorio y comenzó a subir con rapidez montaña arriba.
El bosque que rodea a Malamuerte es basto y muy frondoso, por la noche el viento se cuela entre los árboles cubiertos de nieve creando toda clase de extraños sonidos. Y con frecuencia pueden escucharse a lo lejos Los tristes y a la vez aterradores aullidos de los lobos muy abundantes en este lugar y que comparten su hogar, con gran número de osos y demás alimañas que hacen de este bosque resulte peligroso para cualquier persona. Dora caminaba asustada y nerviosa; a cada paso que se internaba más y más en el bosque su inquietud iba aumentando. De cuando en cuando miraba a su alrededor creyendo escuchar el trepar de algún animal que acechaba cerca de ella. Tardó poco menos de una hora en llegar a la cima deteniéndose justo en frente al lugar que todo Malamuerte temía, “el viejo laboratorio.”

jueves, 2 de septiembre de 2010

El Laboratorio Cap. 5

La luz de la luna resbalaba tenuemente sobre las paredes completamente lisas del gigantesco edificio causando un insólito y siniestro contraste de luces y sombras. Erguida por manos desconocidas y ubicada en medio de ninguna parte, aquella, por lo menos singular construcción parecía albergar terribles deseos para todo aquel que osase adentrarse en su interior. Dora se quedó allí plantada completamente pasmada delante del edificio. Debatiéndose entre el miedo que sentía y la admiración que a la vez suscitaba en ella aquel lugar olvidado de la mano de Dios. Estuvo un buen rato observándolo Intentando estudiar su desusada forma y el carácter complejo y a la vez simplista que sus constructores imprimieron sobre sus paredes. El edificio tenía forma de pirámide escalonada y constaba de tres pisos. El primero era el más ancho de los tres y suponía una perfecta base sobre el que descansaba un segundo piso mucho más alto y estrecho que el anterior. Este último enfilaba hacia un tercero que se erguía apuntado y desafiante. Algo verdaderamente extraño llamó la atención en Dora. Que se acercó con lentitud posando su mano sobre la pared y acariciándola suavemente. Esta parecía lisa vista desde lejos, pero sus constructores habían esculpido sobre ella un universo cíclico e ininteligible de extraños signos que poblaban las paredes repitiéndose constantemente como si formasen un inmenso postulado o una amenaza escondida bajo un arcano idioma ancestral.

Dora rodeó el edificio intentando buscar una puerta o algo similar por donde poder entrar pero para su sorpresa constató que aquel lugar carecía de entrada o al menos esta no era visible. Las cosas se torcían cada vez más y a nuestra amiga se le acababan las opciones y la imaginación. Su ánimo Alcanzaba ahora una tesitura inquietante y la desesperación se volvía insoportable. La joven avanzó unos pasos en dirección al bosque y se sentó sobre una piedra. Entonces la tensión del momento pudo con ella y rompió a llorar. Su triste llanto se mezclaba con el lejano y plañidero aullido de los lobos que sorprendentemente se interrumpió de pronto. Poco tardó en darse cuenta que no habían sido sus lloros lo que había acallado a los feroces animales si no más bien un extraño sonido que retumbaba a lo lejos. Dora dejó de llorar, agudizó momentáneamente su oído y avanzando unos pasos salió nuevamente al camino, observando para su sorpresa que aquel creciente ronroneo provenía ni más ni menos que de un viejo camión que avanzaba a lo lejos montaña arriba. La joven corrió a esconderse tras unos matorrales ya que el vehículo no tardaría mucho en llegar. El frío había entumecido sus músculos y hacía que sus movimientos fuesen torpes y lentos pero aún así logró guarecerse del peligro con cierta audacia y aguardó expectante y algo asustada.

El camión no tardó mucho en llegar pasando justo delante de donde Dora estaba escondida, deteniéndose después delante del Edificio. Transcurrieron unos segundos tan sólo antes de que la inmensa pared posterior del laboratorio comenzase a ascender haciendo un ruido ensordecedor. El gigantesco bloque de piedra se abrió lo suficiente para que el destartalado camión penetrase a través del hueco que había dejado. Dora no vaciló un momento, esta era su oportunidad y la aprovecharía. Avanzó rápidamente en dirección a la parte trasera del camión cubierta tan sólo por una lona gastada y hecha jirones y efectuando un ágil salto, trepó a la parte trasera el mismo con la audacia y la valentía inconscientes de alguien que poco tiene que perder. Una vez en su interior, la joven observó que el vehículo estaba lleno de cajas de madera sin ningún letrero ni inscripción que detallase su contenido o su procedencia. Una incógnita más para una noche en la que el misterio ya se había convertido en una constante y el peligro acechaba en cada esquina. Qué contendrían aquellas misteriosas cajas pensó Dora mientras se agazapaba tras una de ellas para evitar ser descubierta en caso de que alguien destapase la lona. Transcurrieron unos segundos tras los cuales el camión arrancó internándose lentamente en aquel lugar. El vehículo avanzó tan sólo unos metros antes de detenerse completamente. Dora, en su interior temía que poco después tuviese lugar la descarga del camión y entonces la descubrieran por lo que salió rápidamente y se ocultó tras un montón de cajas de madera que se apilaban desordenadamente a un lado del destartalado vehículo. El motor se apagó al fin y dos individuos salieron de su interior.

jueves, 3 de junio de 2010

El Laboratorio Cap. 6




- ¿Qué hacemos Set? Preguntó uno de ellos con un tono cobarde y algo sumiso.
- Deja ahí la mercancía mañana la descargaremos, hoy ya es muy tarde. Respondió el tal Set con severidad.
- Esperemos que la doctora Santos no se entere o tendremos problemas. Asintió el otro mientras ambos se alejaban por un pasillo adyacente.
Quien sería la misteriosa doctora que habían mencionado aquellos hombres se preguntaba Dora, que seguía escondida. La muchacha esperó unos minutos antes de atreverse a salir. Y sólo cuando estuvo segura de que podía hacerlo se levantó y con rapidez exploró cada palmo del lugar. Se encontraba en una especie de muelle de carga en el que viejos e inservibles camiones se mezclaban con otros que aún funcionaban. Las cajas de madera de anteriores transportes se apilaban abundantemente contra las paredes junto con oxidadas piezas de mecánica formando un caótico desorden.
El lugar estaba tenuemente iluminado por una luz roja que dificultaba enormemente la visión, pero aún así, Dora comenzó a caminar lentamente entre los camiones en la misma dirección que habían tomado los dos hombres poco antes. Un largo pasillo ascendente se extendía delante de ella formando una débil curva que impedía ver su final. Dora atemorizada caminaba con suma lentitud con la mirada fija en la parte más alejada del pasillo. La sinuosa curva se fue enderezando levemente y el final del corredor se atisbaba ya pero aún quedaba un buen trecho por el que avanzar y los pasos de la joven eran temerosos y lentos.
Dora entonces comenzó a pensar en lo que había hecho. Analizando metódicamente cada movimiento realizado desde el mismo instante en el que había decidido que subiría a buscar a su amigo. Desde el primer momento no había contado ni tan siquiera con una prueba clara y plausible que la empujase a sacar algún tipo de brillante conclusión final. Realmente ni siquiera estaba segura de si Diábolo se encontraba allí dentro y no por ahí divirtiéndose con sus amigos y gastando una macabra broma a toda la ciudad. Resultaba irrisorio pensar que se había internado en aquel horrible lugar sin ningún tipo de evidencia a la que aferrarse con fuerza en caso de que las dudas la invadiesen, algo que desgraciadamente ya estaba sucediendo. A pesar de todo, la joven siguió adelante demostrando tener un valor encomiable y una gran confianza en si misma.
De pronto un horrible grito de dolor resonó con fuerza por todo el pasillo interrumpiendo el lento ascenso de la chica. Dora, más atemorizada que asombrada, se apoyó contra la pared. Sin duda alguna aquella voz pertenecía a Diábolo. Ahora tenía la ansiada prueba que necesitaba, pero aun así una lágrima resbaló lentamente por su mejilla sonrosada. Sabe Dios a que terrible tortura se estaría enfrentando su amigo, pensó la joven temblando de pies a cabeza. Dora permaneció allí parada un instante pensando. No sabía donde estaba ni que debía hacer, lo único que parecía seguro ahora era que debía continuar adelante, vencer el miedo que la atenazaba y armarse de valor ya que ahora más que nunca su amigo la necesitaba. La joven se separó de la pared situándose en el centro del pasillo, suspiró hondo y continuó su paso lentamente.
La intensa luz roja que iluminaba el pasillo no la dejaba ver claramente el final, por lo que la joven se puso a rebuscar en su mochila y echando mano de una linterna alumbró a lo lejos. La tenue luz que despedía la bombilla de la linterna, apenas valía de mucho pero aún así Dora prosiguió su andadura. Cada abnegado paso que la joven avanzaba en aquel interminable corredor, se convertía instantáneamente en una intensa e indeleble lucha por encontrar una solución adyacente. Algo simple a lo que aferrarse con fuerza, quizá huir y pedir ayuda ahora que conocía la verdad. Retroceder, volver a la ciudad y avisar a la policía y dejar que ellos se encargasen. Pero aquella inefable disyuntiva había dejado de ser válida desde el primer momento en que decidió internarse en aquel lugar. Y ahora estaba completamente sola y por supuesto sin ninguna garantía de salir de una pieza de todo aquello.
Dora volvió a encender su linterna y de nuevo alumbró a lo lejos. Esta vez si lograba distinguirse algo que parecía una puerta. La joven apuró el paso y llegó con extrema rapidez al final del corredor, confirmando que realmente se trataba de una vieja puerta de madera; pero ahora vio algo que antes no pudo. Y es que a cada lado de esta, había otras dos puertas exactamente iguales situadas sobre las paredes laterales. En cada una de ellas colgaban unos pequeños letreros, algo anticuados, sobre los que habían taraceado con maderas de dos colores diferentes el lugar al que conducían. Una llevaba a las celdas otra a los laboratorios y la última, que conducía a las habitaciones del personal. Dora haciendo un rápido análisis de la situación, decidió buscar primero en las celdas ya que ese le parecía el lugar más oportuno para alojar a un prisionero. La joven se situó frente a la puerta y cogió el pomo con fuerza y nerviosismo. Sabía que traspasar aquel umbral podría ser extremadamente peligroso. Ya que desconocía lo que había tras aquella puerta. Podía haber un vigilante; algo que rápidamente daría al traste con sus decididos planes de rescate. La valiente muchacha giró el pomo lentamente y observó que la puerta no estaba cerrada con llave, entonces le dio un suave empujón hasta abrirla tan sólo hasta la mitad del recorrido de la misma. Nuestra joven heroína asomó su cabeza por el hueco que había abierto y comprobó Muy aliviada que el lugar estaba despejado. Otro pasillo se extendía delante de ella, pero este era distinto al anterior. A pesar de estar igualmente iluminado por aquella asfixiante luz roja; era más corto y tenía una particularidad en especial, ya que una serie de habitaciones se extendían a lo largo del corredor sobre la pared de la derecha. La joven podía ver con suma claridad el interior de las mismas debido a que un gran ventanal situado al lado de cada puerta así lo permitía. Mas que unas celdas aquellos pequeños habitáculos simulaban un improvisado y rudimentario hospital. Nuestra joven heroína templó sus nervios y se acercó lentamente a la primera de las celdas. Estaba oscuro pero aún así pudo ver con claridad a través de la gran ventana, que en el interior de aquellas habitaciones había una vieja cama perfectamente colocada y un armario de madera roída, invadido hacía mucho por la carcoma. La pintura de las paredes se caía a trozos al igual que en el pasillo exterior donde ella se encontraba y las manchas que produce la humedad eran perfectamente visibles aun a pesar de la falta de claridad. Un inmenso caos presidía aquel lugar desde lo más profundo de sus entrañas haciéndolo participe del horror intrínseco que emanaba de sus paredes

De pronto un leve gemido llegó débilmente a sus oídos, procedente de la última de las habitaciones. Dora se detuvo de pronto, no estaba sola. La valiente adolescente comenzó a caminar lentamente; sería Diábolo o en su lugar un nuevo horror se descubriría ante ella. Las habitaciones uno dos y tres estaban vacías, pero al llegar a la cuarta su ánimo se quebró repentinamente. Desde la ventana que daba al pasillo Dora pudo ver como la cama que presidía las anteriores habitaciones; estaba ahora rodeada por un biombo de estructura metálica del que colgaba una fina cortinilla. Una extraña sensación de tristeza y de alivio invadió a la joven que se preguntaba si Diábolo se encontraría tras aquella tela o sería uno más de los horrores a los que la muchacha se tendría que enfrentar durante aquella angustiosa noche.
Dora abrió la puerta de la habitación y avanzó lentamente hacia el interior de la misma. Todo su cuerpo temblaba producto de un feroz miedo recurrente que se había desatado en su interior como un huracán. A cada paso se hacía más difícil la continuidad, sus fuerzas la abandonaban en el peor momento; su cuerpo latía salvaje de furia y de miedo, la sangre se agolpaba en sus venas hinchadas por la fuerza de sus puños apretados, y de sus ojos abiertos hasta el exceso, brotaban ya las lágrimas previas al desastre. Con mucha dificultad y más valor Dora logró situarse a un lado de la cama y extendió su mano hacia la cortina abriéndola con sumo cuidado. Lo que vio al apartar la tela la impresionó tanto que le fallaron las fuerzas y tuvo que apoyarse contra la pared para no caer desmayada.