jueves, 3 de junio de 2010

El Laboratorio Cap. 6




- ¿Qué hacemos Set? Preguntó uno de ellos con un tono cobarde y algo sumiso.
- Deja ahí la mercancía mañana la descargaremos, hoy ya es muy tarde. Respondió el tal Set con severidad.
- Esperemos que la doctora Santos no se entere o tendremos problemas. Asintió el otro mientras ambos se alejaban por un pasillo adyacente.
Quien sería la misteriosa doctora que habían mencionado aquellos hombres se preguntaba Dora, que seguía escondida. La muchacha esperó unos minutos antes de atreverse a salir. Y sólo cuando estuvo segura de que podía hacerlo se levantó y con rapidez exploró cada palmo del lugar. Se encontraba en una especie de muelle de carga en el que viejos e inservibles camiones se mezclaban con otros que aún funcionaban. Las cajas de madera de anteriores transportes se apilaban abundantemente contra las paredes junto con oxidadas piezas de mecánica formando un caótico desorden.
El lugar estaba tenuemente iluminado por una luz roja que dificultaba enormemente la visión, pero aún así, Dora comenzó a caminar lentamente entre los camiones en la misma dirección que habían tomado los dos hombres poco antes. Un largo pasillo ascendente se extendía delante de ella formando una débil curva que impedía ver su final. Dora atemorizada caminaba con suma lentitud con la mirada fija en la parte más alejada del pasillo. La sinuosa curva se fue enderezando levemente y el final del corredor se atisbaba ya pero aún quedaba un buen trecho por el que avanzar y los pasos de la joven eran temerosos y lentos.
Dora entonces comenzó a pensar en lo que había hecho. Analizando metódicamente cada movimiento realizado desde el mismo instante en el que había decidido que subiría a buscar a su amigo. Desde el primer momento no había contado ni tan siquiera con una prueba clara y plausible que la empujase a sacar algún tipo de brillante conclusión final. Realmente ni siquiera estaba segura de si Diábolo se encontraba allí dentro y no por ahí divirtiéndose con sus amigos y gastando una macabra broma a toda la ciudad. Resultaba irrisorio pensar que se había internado en aquel horrible lugar sin ningún tipo de evidencia a la que aferrarse con fuerza en caso de que las dudas la invadiesen, algo que desgraciadamente ya estaba sucediendo. A pesar de todo, la joven siguió adelante demostrando tener un valor encomiable y una gran confianza en si misma.
De pronto un horrible grito de dolor resonó con fuerza por todo el pasillo interrumpiendo el lento ascenso de la chica. Dora, más atemorizada que asombrada, se apoyó contra la pared. Sin duda alguna aquella voz pertenecía a Diábolo. Ahora tenía la ansiada prueba que necesitaba, pero aun así una lágrima resbaló lentamente por su mejilla sonrosada. Sabe Dios a que terrible tortura se estaría enfrentando su amigo, pensó la joven temblando de pies a cabeza. Dora permaneció allí parada un instante pensando. No sabía donde estaba ni que debía hacer, lo único que parecía seguro ahora era que debía continuar adelante, vencer el miedo que la atenazaba y armarse de valor ya que ahora más que nunca su amigo la necesitaba. La joven se separó de la pared situándose en el centro del pasillo, suspiró hondo y continuó su paso lentamente.
La intensa luz roja que iluminaba el pasillo no la dejaba ver claramente el final, por lo que la joven se puso a rebuscar en su mochila y echando mano de una linterna alumbró a lo lejos. La tenue luz que despedía la bombilla de la linterna, apenas valía de mucho pero aún así Dora prosiguió su andadura. Cada abnegado paso que la joven avanzaba en aquel interminable corredor, se convertía instantáneamente en una intensa e indeleble lucha por encontrar una solución adyacente. Algo simple a lo que aferrarse con fuerza, quizá huir y pedir ayuda ahora que conocía la verdad. Retroceder, volver a la ciudad y avisar a la policía y dejar que ellos se encargasen. Pero aquella inefable disyuntiva había dejado de ser válida desde el primer momento en que decidió internarse en aquel lugar. Y ahora estaba completamente sola y por supuesto sin ninguna garantía de salir de una pieza de todo aquello.
Dora volvió a encender su linterna y de nuevo alumbró a lo lejos. Esta vez si lograba distinguirse algo que parecía una puerta. La joven apuró el paso y llegó con extrema rapidez al final del corredor, confirmando que realmente se trataba de una vieja puerta de madera; pero ahora vio algo que antes no pudo. Y es que a cada lado de esta, había otras dos puertas exactamente iguales situadas sobre las paredes laterales. En cada una de ellas colgaban unos pequeños letreros, algo anticuados, sobre los que habían taraceado con maderas de dos colores diferentes el lugar al que conducían. Una llevaba a las celdas otra a los laboratorios y la última, que conducía a las habitaciones del personal. Dora haciendo un rápido análisis de la situación, decidió buscar primero en las celdas ya que ese le parecía el lugar más oportuno para alojar a un prisionero. La joven se situó frente a la puerta y cogió el pomo con fuerza y nerviosismo. Sabía que traspasar aquel umbral podría ser extremadamente peligroso. Ya que desconocía lo que había tras aquella puerta. Podía haber un vigilante; algo que rápidamente daría al traste con sus decididos planes de rescate. La valiente muchacha giró el pomo lentamente y observó que la puerta no estaba cerrada con llave, entonces le dio un suave empujón hasta abrirla tan sólo hasta la mitad del recorrido de la misma. Nuestra joven heroína asomó su cabeza por el hueco que había abierto y comprobó Muy aliviada que el lugar estaba despejado. Otro pasillo se extendía delante de ella, pero este era distinto al anterior. A pesar de estar igualmente iluminado por aquella asfixiante luz roja; era más corto y tenía una particularidad en especial, ya que una serie de habitaciones se extendían a lo largo del corredor sobre la pared de la derecha. La joven podía ver con suma claridad el interior de las mismas debido a que un gran ventanal situado al lado de cada puerta así lo permitía. Mas que unas celdas aquellos pequeños habitáculos simulaban un improvisado y rudimentario hospital. Nuestra joven heroína templó sus nervios y se acercó lentamente a la primera de las celdas. Estaba oscuro pero aún así pudo ver con claridad a través de la gran ventana, que en el interior de aquellas habitaciones había una vieja cama perfectamente colocada y un armario de madera roída, invadido hacía mucho por la carcoma. La pintura de las paredes se caía a trozos al igual que en el pasillo exterior donde ella se encontraba y las manchas que produce la humedad eran perfectamente visibles aun a pesar de la falta de claridad. Un inmenso caos presidía aquel lugar desde lo más profundo de sus entrañas haciéndolo participe del horror intrínseco que emanaba de sus paredes

De pronto un leve gemido llegó débilmente a sus oídos, procedente de la última de las habitaciones. Dora se detuvo de pronto, no estaba sola. La valiente adolescente comenzó a caminar lentamente; sería Diábolo o en su lugar un nuevo horror se descubriría ante ella. Las habitaciones uno dos y tres estaban vacías, pero al llegar a la cuarta su ánimo se quebró repentinamente. Desde la ventana que daba al pasillo Dora pudo ver como la cama que presidía las anteriores habitaciones; estaba ahora rodeada por un biombo de estructura metálica del que colgaba una fina cortinilla. Una extraña sensación de tristeza y de alivio invadió a la joven que se preguntaba si Diábolo se encontraría tras aquella tela o sería uno más de los horrores a los que la muchacha se tendría que enfrentar durante aquella angustiosa noche.
Dora abrió la puerta de la habitación y avanzó lentamente hacia el interior de la misma. Todo su cuerpo temblaba producto de un feroz miedo recurrente que se había desatado en su interior como un huracán. A cada paso se hacía más difícil la continuidad, sus fuerzas la abandonaban en el peor momento; su cuerpo latía salvaje de furia y de miedo, la sangre se agolpaba en sus venas hinchadas por la fuerza de sus puños apretados, y de sus ojos abiertos hasta el exceso, brotaban ya las lágrimas previas al desastre. Con mucha dificultad y más valor Dora logró situarse a un lado de la cama y extendió su mano hacia la cortina abriéndola con sumo cuidado. Lo que vio al apartar la tela la impresionó tanto que le fallaron las fuerzas y tuvo que apoyarse contra la pared para no caer desmayada.

No hay comentarios: