lunes, 3 de mayo de 2010

El Laboratorio Cap. Final



Su amigo Diábolo yacía inmóvil en aquella cama; pero su aspecto era completamente distinto, a duras penas podía reconocerlo. La palidez extrema de su rostro exánime evidenciaba que en las últimas horas había sido brutalmente torturado. El joven había perdido al menos unos veinte kilos. Su rostro radiante y juvenil se había marchitado completamente y se mostraba ahora mustio y avejentado. Sus flacos brazos que sobresalían por encima de las sabanas desembocaban en unas manos huesudas y extremadamente pálidas que se extendían débilmente sobre la cama. La atroz crudeza de aquella pavorosa escena se hizo pronto latente en la joven Dora que rompió a llorar.
- Qué te han hecho. Susurró.

En ese momento los ojos del joven se abrieron repentinamente y en su rostro apergaminado se dibujó una expresión estremecedora.
- ¡Dora estás loca que haces aquí! Masculló con mucha dificultad Diábolo.
- ¿Qué te han hecho? Inquirió Dora entre sollozos.
Diábolo estaba demasiado débil para hablar, sin embargo su pregunta no iba a quedar sin respuesta. Ya que en ese mismo momento Dora escuchó unos pasos que se acercaban lentamente por detrás. La joven se dió la vuelta con rapidez y observó que fuera, en el pasillo, una siniestra anciana de mirada perturbadora los vigilaba atentamente.
- Es un poco difícil sintetizar todo el proceso para que una estúpida niña entrometida como tú pueda comprenderlo. Pero digamos que hemos intentado despertar en tu amigo la fuerza primigenia latente en todo ser humano, dijo la anciana esbozando una hipócrita sonrisa.
- ¿Quién es usted? Preguntó Dora emitiendo un sonoro grito.
- Soy la doctora Uzziella Santos y estoy al cargo de este lugar. Respondió la mujer.
Aquella horrible anciana permaneció allí observándoles en silencio mientras Dora se agarraba con fuerza a la cama donde su joven amigo yacía moribundo. El aspecto de la doctora era verdaderamente aterrador, iba enfundada en un traje de color negro y llevaba el pelo recogido en un moño. Su cara reflejaba el paso de los años con severidad pero aún así sus facciones estaban perfectamente perfiladas, en sus manos huesudas lucía unas uñas puntiagudas y afiladas y con una de ellas sostenía un bastón de madera con una gárgola de plata incrustada en un extremo a modo de asa.


- ¡No se saldrá con la suya! Esclamó Dora entornando los ojos amenazadoramente.
- Pronto comprobarás pequeña que uno no entra en este lugar así como así, respondió la doctora ignorando la inofensiva amenaza e la joven.
- ¿Qué le han hecho a mi amigo? preguntó de nuevo Dora.
- Todo a su tiempo pequeña todo a su tiempo. ¡Atadla a una de las camas! Ordenó levantando la voz.
En ese mismo instante dos hombres entraron en la habitación y la agarraron con fuerza.
- ¡Cobardes! Exclamó indefenso el débil Diábolo desde su cama. Mientras intentaba levantarse para ayudar a su amiga. Pero todos sus esfuerzos fueron en vano ya que al momento las fuerzas le fallaron desplomándose de nuevo. Dora no pudo soportar la presión y acabó desmayándose.
Poco tiempo después la joven abría lentamente los ojos, su entorno permaneció borroso unos instantes hasta que finalmente recobró su total nitidez. Dora yacía en una cama fuertemente atada de pies y manos y a su lado, en otra cama su desgraciado amigo Diábolo la miraba intentando mostrar toda la dulzura que podía.
- ¿Cómo estas? preguntó este a su amiga.
- Aturdida pero bien. ¿Qué te han hecho? preguntó Dora con un brillo de tristeza en su mirada.
Diábolo le contó con cierta dificultad, que la noche en que tuvo lugar el apagón unos individuos irrumpieron silenciosamente en su casa e inyectándole un somnífero se lo llevaron. Cuando se despertó se encontraba conectado a una serie de máquinas que por un lado le succionaban la sangre y por otro le inyectaban un líquido viscoso. El joven recordó con cierto asco la nauseabunda y ominosa experiencia haciendo una leve pausa en la que tragó saliva abundantemente. Estuvo enchufado a aquellas máquinas varias horas hasta que finalmente lo desenchufaron y se lo llevaron a la habitación en la que había permanecido desde entonces. Un guardia le había dicho que habían raptado a varios chicos más pero que no habían sobrevivido al experimento.
De repente Diábolo comenzó a toser fuertemente. Dora lo miraba desde su cama con la mirada encendida por la tristeza y a punto de romper a llorar temiéndose lo peor
- Creo que me queda poco tiempo. Advirtió con extraña resignación Diábolo.
- No digas eso susurró Dora entre sollozos.
Otro fuerte ataque de tos acabó entre estertores con la débil existencia del joven. Dora lloraba histérica mientras luchaba en vano por librarse de sus ataduras para poder incorporarse y ayudar a su amigo. Pero todo fue en vano y contempló como la impía muerte se abalanzaba sobre él, oscureciendo sus ojos para siempre. Aquella situación era insostenible; Diábolo yacía muerto en la cama de al lado y el brote de la locura afloraba ya en la mente de Dora que permanecía ahora completamente aturdida sobre la cama. Entonces una estridente alarma comenzó a resonar por todo el laboratorio mientras unos farolillos que estaban situados en las paredes laterales se encendían y apagaban constantemente. Algo había sucedido si duda.
Dora pudo escuchar como echaban abajo la puerta del pasillo. Y unos pasos se acercaban a la puerta de la habitación desde el exterior. Poco después dos hombres se acercaban a la ventana y comprobaban el interior de la misma. Eran su padre y el señor Rojo el padre de Diábolo. Ambos corrieron a abrir la puerta y entraron con rapidez en la habitación. El señor Rojo no pudo reprimir su llanto al ver a su hijo muerto y cayó desfallecido sobre él, mientras Dora era desatada por su padre.
- ¿Te encuentras bien? Preguntó ansioso el padre de la joven.
- Si. Respondió con cierta sequedad Dora.
- Tenemos que salir de aquí. Advirtió el padre azaroso en su labor.
Una vez liberada, la joven cogió al aturdido señor rojo por un brazo mientras su padre cargaba con Diábolo y todos salieron al pasillo para intentar encontrar la salida.

El entierro de los muchachos fue quizás el momento más duro y difícil al que Dora había tenido que enfrentarse. Sólo comparable con la horrible muerte de su amigo Diábolo ante sus ojos. Dora llevó todo aquello con valor y resignación ya que al menos habían detenido a la perturbada doctora, y sus inhumanos planes se habían ido al traste.


Días más tarde, mientras Dora mantenía una ardorosa conversación sobre lo sucedido con su padre; este le dijo que pronto se dieron cuenta de que faltaba y avisaron a todos los padres de sus amigos. Fue su amiga Cris la que les dijo que habían estado hablando del laboratorio. Entonces el señor Rojo y él subieron a rescatarles mientras los demás alertaban a la policía. Ambos estuvieron lanzando piedras contra las paredes del lugar hasta que estas se abrieron. Luego lograron zafarse de los guardias (también a pedradas) y se adentraron en el lugar para encontrarlos a ella y a Diábolo posteriormente.
La policía averiguaría poco tiempo después en un largo interrogatorio que la doctora Santos pretendía crear un humano perfecto tanto psicológica como físicamente, investigando con jóvenes fuertes y probando en ellos un tratamiento muy agresivo. La doctora había sido una genetista y científica muy respetada antaño pero la locura había hecho mella en su cerebro pervirtiéndola con todo tipo de fantasías y delirios. Su mente genial la había traicionado.

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